He visto dos cosas irreconciliables:
Un hombre muerto sin la menor duda,
y ese mismo hombre vivo otra vez.
- Clavius-
No necesito poner aquí una “alerta de la trama”, porque si usted ha leído el evangelio ya sabe el final de la película. En resumen, el tribuno Clavius es testigo de la muerte de Jesús en la cruz el viernes. Él mismo es el encargado de sellar la tumba el día sábado y dejar dos soldados para resguardarla. A él también se le encarga la labor de recuperar el cuerpo robado del que sus discípulos dicen que resucitó el día domingo. ¡Qué maravilloso fin de semana!
Una advertencia: la película es inspiración del director Kevin Reynolds, hijo de un ex rector de la Universidad Baylor, que por muy cristiano que sea el director, su película no es inspirada por el Espíritu Santo. Así es que deben ser pacientes y tolerantes con la creación artística que se permite Hollywood.
Pues bien, Clavius, en su investigación, llega a ver a Jesús resucitado cuando éste está con sus discípulos feliz de la vida, comiendo y riendo, en el momento que entra Tomás y lo abraza y le toca las heridas en las manos y en el costado.
Me emocionó ver a un Jesús diferente al que estamos acostumbrado a ver en las películas. Siempre nos lo muestran rubio, de ojos claros, vestido de blanco, casi luminoso, desconectado con su entorno y demasiado sobrenatural, especialmente cuando ya está resucitado con una actitud de “mírame y no me toques” (Es verdad que se lo dijo a la Magdalena, pero también Mateo nos relata que Jesús se apareció a las mujeres quienes se le acercaron y le abrazaron sus pies y lo adoraron).
Cliff Curtis personifica a Jeshua en esta película. El es un actor neozelandés de origen maori. Pasa fácilmente por latinoamericano o por árabe.
El Jesús de “Resucitado” es moreno, su vestimenta tiene los tonos cafés y grises que usaba el normal de los judíos, es un hombre que se caracteriza por su alegría, afabilidad y que come con sus discípulos. Es un Jesús verdaderamente humano.
Lo que más me impactó de la película es la humanidad de Jesús. Me he convencido que ser aprendiz de Jesús tiene como meta llegar a ser “verdaderamente humano”, es decir, verdaderamente como Jesús, ser humano pre-caída, humano en el sentido del origen en el jardín del Edén, hombre y mujer, creados a imagen y semejanza de Dios, inmortales, sin pecado y con una identidad trabajadora y creativa, así como Dios trabaja y crea.
San Pablo dijo que el postrer Adán, es decir Cristo, se convirtió en el Espíritu que da vida, entonces es por medio de su resurrección que se nos devuelve la vida perdida en el Edén por el primer Adán. De esa manera volvemos al plan original de Dios en Cristo. "Porque yo vivo, ustedes también vivirán". “Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él”.
Cuando Jesús subió al monte Tabor con Pedro, Juan y Santiago, se transfiguró. Muchos eruditos dicen que Jesús en ese momento sublime se quitó el traje de humanidad para refulgir en su traje de divinidad. Otros piensan que lo que realmente reveló Jesús en el monte de la Transfiguración era su verdadera naturaleza humana-divina dándonos a entender que una vez derrotado el pecado y la muerte seremos tal como él es, sin pecado y con vida eterna, como fue Adán en su origen.
Por eso es que la película es tan certera en mostrarnos a un Jesús de vestimenta normal, que abraza con cariño a sus aprendices, que come con ellos y se ríe. El Hijo del Hombre en todo su esplendor.
Me emocionó verlo caminar a la orilla del mar de Tiberias mientras siete de sus discípulos pescaban, o mejor dicho “no pescaban nada”. A su orden echan la red a la derecha y pescan 153 peces y toman desayuno con él en la playa.
Me emocionó ver a Jesús darle pan a un leproso en las inmediaciones, abrazarlo y sanarlo fue toda una muestra de amor. (Esta libertad artística se la tomó el director. El evangelio no nos cuenta que Jesús sanaba después de resucitado. No lo creo imposible. Jesús resucitado no le tiene asco a la carne infectada, ni al alma infectada de pecado. De lo contrario, no se le habría aparecido al pecador Saulo de Tarso).
El tribuno Clavius no podía conciliar algo que él consideraba irreconciliable: haber visto a un hombre muerto sin la menor duda, y haber visto a ese mismo hombre vivo otra vez.
Lo mismo pensaron María Magdalena y las otras mujeres junto a la virgen María. Lo mismo pensaron Cleofas y el otro discípulo camino a Emaús. También lo pensó el hermano del Señor, Jacobo y Saulo de Tarso, y los quinientos anónimos que lo vieron también: un hombre sin duda muerto, ¡un hombre vivo otra vez!
Ningún discípulo de Cristo negó el hecho. “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”, decían. “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos, esto les anunciamos respecto al Verbo que es vida. Esta vida se manifestó. Nosotros la hemos visto y damos testimonio de ella”.
No negaron, sino que confesaron. Todos sufrieron persecución, tortura y muerte por ser testigos de la resurrección. Ninguno se “achicopaló” con el fin de salvar su vida. Ninguno reconoció una histeria colectiva ni un conspiración apóstolica. Fueron testigos hasta la muerte.
Después de aparecerse por aquí y por allá durante 40 días en diferentes formas, Jesús asciende al cielo y deja a sus aprendices aquí en la tierra con instrucciones claras de hacer más aprendices y predicar la buena noticia de su reino. ¿Por qué se fue? ¡Tan bien que estábamos! dirán algunos.
Él fue claro en este tema: “Les conviene que me vaya porque, si no lo hago, el Consolador no vendrá a ustedes; en cambio, si me voy, se lo enviaré a ustedes. Y cuando él venga, convencerá al mundo de su error”.
Dos mil años después, aquí estamos nosotros, aprendices del Maestro, viviendo la vida que él viviría si estuviera aquí. Nos tiene a nosotros aquí, mientras él está sentado a la derecha del Padre, reinando hasta poner a todos sus enemigos bajo su autoridad.
Aquí estamos, sintiéndonos dichosos, porque a siete días de su resurrección nos mencionó diciendo: “dichosos los que no han visto y sin embargo creen”.
Creo, sí, creo con todo mi corazón, y lo grito con pasión junto al pueblo santo de Dios que ha afirmado por dos mil años:
¡Cristo ha muerto!
¡Cristo ha muerto!
¡Cristo ha resucitado!
¡Cristo ha de volver!
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