La única disposición de Dios hacia nosotros es el amor. Su amor es como un río de fuego. Cuando estoy de frente a ese río y me abro a su amor, el fuego de Dios me ilumina, me libera, me purifica y me reviste de fuerza y de poder.
Al contrario, al dar la espalda a Dios, su río de fuego de amor lo experimento como ira, juicio y muerte. Dios no ha cambiado, él es inmutable y su única disposición hacia la humanidad es el amor. Ese fuego lo experimento como salvación, o como juicio, según yo lo reciba o lo rechace.
Algunos nos volvemos inconscientes de esto, no porque estemos de cara o de espalda al río de fuego, sino porque estamos rodeados de barreras mentales que nos impiden entender esta verdad.
En un cuarto oscuro frente a la luz que procede de la llama de una vela, con ojos abiertos me siento atraído, "deslumbrado" por la belleza del color y el movimiento de la llama. Sin embargo, al cerrar los ojos, quedo en completo aislamiento e ignorancia de esa luz. Al entre abrir los ojos apenas percibo la silueta de la llama difusa por efecto de la barrera de mis pestañas, y mientras no abra totalmente los ojos no podré experimentar el milagro de la luz.
En mis conversaciones espirituales me he encontrado con muchos que no están experimentando el río del fuego del amor de Dios en plenitud, pero tampoco le han dado la espalda en rebeldía experimentando el fuego del juicio de Dios. Lo que discierno en ellos es un letargo, una cerrada de ojos ante la llama del amor de Dios. Ese letargo, ese aislamiento, esa implosión cercana a la depresión, es producto de la obra sigilosa de satán, el acusador, el adversario, el distractor que poco a poco va recogiendo, desde nuestra infancia, los despojos, las tristezas, los abusos, las injusticias, los temores, las rabias, las dudas, los fracasos y los pecados cometidos reciclándolos como materiales de desecho y construyendo con ellos un muro, una fortaleza, que, poco a poco va creciendo, como un lúgubre edificio que paulatinamente nos tapa la vista al mar y a la maravillosa visión del Sol Poniente.
El dios de este este siglo les ha cegado el entendimiento para que no resplandezca en ellos la luz del evangelio de la gloria de Cristo.
Esos muros espirituales construidos durante toda nuestra vida en los vericuetos más intrincados de nuestra mente, pueden ser derribados con las poderosas armas de Dios, capaces de destruir fortalezas. Esos "muros de Berlín" de la psiquis, esas fronteras de hormigón armado alrededor de nuestra conciencia, pueden ser derribadas en un segundo por las armas poderosas de Dios. Pero para Dios el tiempo no es esencial, quizás él quiera hacerlo lentamente quemando de a poco la madera, el heno y la hojarasca. Esos inútiles materiales se aniquilarán ante el río de fuego del amor de Dios. En cambio, quedará de pie eternamente en nosotros la sólida y permanente construcción de oro, plata y piedras preciosas purificadas por ese mismo fuego de amor.
La vida es dura, en el proceso se sufrirá pérdida, pero nos salvaremos como quien escapa del fuego.
Padre de amor: te pido que en tu infinita misericordia destruyas las falsas y perversas construcciones mentales que el diablo ha estado construyendo en la humanidad, y especialmente en aquellos que conozco y con los cuales me relaciono. Trasládalos de la esclavitud de sus pensamientos equivocados a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Ayúdame en mi servicio a tu reino a usar tus poderosas armas para lograr desbaratar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y de llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, para que todos podamos contemplar, con ojos bien abiertos, el río de fuego del amor de Dios. Te lo pido, Padre, en el nombre de tu hijo Jesucristo, que vive y reina contigo y el Espíritu Santo, un solo Dios por los siglos de los siglos. Amén.
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