Sunday, May 31, 2020

¡No puedo respirar!

¿Quién podría decir eso hoy en día con mucha razón?: alguien que esté afectado con el corona virus y un hombre a quien un policía le presione el cuello con su rodilla impidiendo su respiración.
El acto con el cual el Creador nos dio vida fue moldearnos del barro, e insuflar en el ser humano aliento de vida. “Dios el Señor formó al hombre, e infundió en su nariz aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser con vida”.
La primera señal de vida que da un bebé es inflar sus pulmones de aire y lanzar un llanto que anuncia vida. La última señal de vida se denomina “el último aliento”, expirar. Jesús en la cruz supo muy bien eso de ¡no puedo respirar! La cruel crucifixión hacía extremadamente dificultoso respirar. Jesús terminó esa agonía diciendo “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” Y después de haber dicho esto, expiró”.
La misma Palabra para “espíritu” se traduce como aire o viento.
Hoy esa dificultad de respirar tiene rostros: todos aquellos que han sufrido y sufrirán el contagio del Covid 19. Y George Floyd, el rostro más visible del abuso.
Esos dos conceptos podríamos resumirlos en enfermedad y pecado. Ambas nos conducen a la muerte. Hoy el coronavirus es el ejemplo más latente de lo dañina que es la enfermedad, cualquier enfermedad. Hoy la muerte de George Floyd es el ejemplo máximo del pecado, la injusticia y la opresión, aunque esté disfrazado de orden y de ley.
En la cruz el poder del bien y del mal se enfrentaron. La vida y la muerte se vieron las caras. Triunfó la vida en Cristo.
Al aparecerse resucitado a sus discípulos sopló y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo”. El Señor resucitado trajo una bocanada de viento fresco, aire de vida, desde el Sheol. Jesús no volvió a la vida trayendo el orden y la ley para ajusticiar a los malvados aplastando su rodilla sobre el cuello de los pecadores. Vino desde la muerte, lleno de amor, soplando aliento de vida.
Hoy celebramos Pentecostés, el día anunciado por el Mesías como el momento que recibiríamos poder. Derramó su Espíritu, su aire, su viento, su brisa, desde lo alto para infundirnos vida e investirnos de poder para ser sus testigos, y proclamar la buena noticia de Jesús, en todos los idiomas habidos y por haber.
Nosotros, como en la visión que Ezequiel vio en el valle de los huesos secos, recibimos vida. Ahora ¡podemos respirar!
“Háblale y dile que así ha dicho Dios el Señor: “Espíritu, ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos huesos muertos, para que cobren vida.”» Yo profeticé, tal y como se me ordenó, y el espíritu entró en ellos y cobraron vida, y se pusieron de pie. Eran un ejército bastante numeroso”.
Dios tiene un ejército bastante numeroso sobre la tierra que no usa armas mortales, sino que transporta el viento, el aire, el Espíritu de vida que en sus alas trae salud y salvación. ¡Animo, hermanos! Animo viene de “ánima”, la cual viene de “aire, espíritu”. El ánimo que recibimos viene del Espíritu Santo que nos habita,
He dirigido oraciones vespertinas durante la pandemia. En las últimas semanas he hecho un gran esfuerzo en llevar a la gente al silencio, a la calma y a la paz que se logra al orar y contemplar el rostro del Señor. He insistido que es casi nada lo que podemos controlar en esta vida. Lo mínimo que podemos es controlar los movimientos del cuerpo para estarnos tranquilos en la presencia del Señor, y lo otro que podemos controlar es la respiración. Les he dirigido a enfocarse en ese sentido, controlando la respiración, inspirar, sin apuro, y decir “tú en mí, Señor”, y al expirar decir “yo en ti”. En todo el proceso hacer conciencia en la verdad que Dios nos habita corporalmente a través de su Espíritu Santo, pues somos su templo.
Y de repente llega el maldito virus o irrumpe la rodilla de un policía abusivo sobre el cuello de un hombre el cual grita, junto a todos los enfermos ¡No puedo respirar! ¡No puedo controlar ni siquiera el aire que entra o sale de mis pulmones!
Esa es la triste realidad del mundo caído.
Nosotros, mientras aguardamos la bendita esperanza y la gloriosa manifestación de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, ofreceremos nuestras vidas para la salvación de todos los hombres. Denunciaremos y renunciaremos a la impiedad y viviremos sobria, justa y piadosamente.
Es posible que mientras esperamos su venida, los poderes de este mundo nos quieran someter aplastando nuestro cuello con su rodilla y matándonos con enfermedades diversas. Sin embargo, nos fortalecemos en la bendita esperanza del día en que toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor.
Hoy, en la oración vespertina, cuando hagamos el ejercicio de calmarnos y contemplar el rostro del Señor, guardaremos silencio durante ocho minutos y respiraremos en calma mirando el rostro del Señor y trayendo a su memoria a George Floyd y a todos los que padecen dificultad respiratoria rogando que el Espíritu sople vida sobre la humanidad.
“Reciban el Espíritu Santo”.