Saturday, November 12, 2011

Junípero y Ronald.




He aquí la breve historia de dos hombres que conocí hoy. Como no les sé sus nombres me imaginé las dos estatuas que están representando al estado de California en el Capitolio de Washington D.C.: Junípero Serra y Ronald Reagan. Ya les explico por qué. Junípero era un fraile franciscano español que practicaba un voto de pobreza, se vestía sencillo y de color café, y su misión de vida fue construir las misiones en California en donde se acogía a los indios y se les ayudaba a progresar material y espiritualmente (por lo menos esa es la versión idílica). El otro, Ronald, no necesita presentación: alto, buen mozo, actor de cine, político de renombre, rico, famoso, anglo.
A mis propios Junípero y Ronald los conocí hoy en el aeropuerto de Chicago cuando mi esposa y yo regresábamos a casa. Junípero se nos acercó tímido. Hombre bajo de unos 45 años, vestido con sencillez, mochila a su espalda, cubría su cabeza con una “cachucha” y en sus pies “guaraches” mexicanos, de esos finos que permitían ver sus calcetines blancos. Nos pidió ayudar para hacer transbordo ya que no hablaba inglés. Al encaminarlo conocimos su historia: era la primera vez que se subía a un avión. Durante 13 años ha venido a trabajar a los EEUU con una empresa agrícola que contrata braceros en México. Los traen con visa de trabajo en un viaje de tres días en bus. Cada año trabaja 8 meses aquí y vuelve 4 meses a estar con su familia. Anoche, mientras cortaba y amarraba pinos de Navidad en una montaña de Virginia, con temperaturas bajo cero y con la nieve ya cubriendo el campo, recibió la noticia que su madre había muerto. Su jefe, un hombre compasivo, le envió de inmediato a México, sus amigos le hicieron una colecta y su jefe le regaló cien dólares. Junípero iba triste, pero a la vez impresionado por la generosidad de su jefe, el cariño de sus “cuates” y el nerviosismo de llegar por primera vez a México en avión, para luego tomar un bus que en seis horas lo dejaría en su natal Hidalgo.
Nona y yo nos atrasamos por estar ayudando a Junípero y fuimos los últimos en abordar nuestro avión. En la sala de embarque los empleados miraban hacia el pasillo en nuestra dirección. Al vernos, uno le dijo a Ronald - Listo, capitán, ahora nos podemos ir. El piloto era un hombre de 60 años, rubio, alto, simpático, educado, que caminando largas zancadas avanzó delante de nosotros. Entró al avión, tomó el micrófono y anunció: “Este es mi último vuelo, pues hoy me jubilo después de 24 años de servicio”. Todos los pasajeros aplaudimos. Luego él informó que su esposa y sus hijos estaban entre los pasajeros para festejar su jubilación. Agradeció a la empresa y al personal del avión por estos años de servicio, y luego, en agradecimiento, regaló a cada pasajero un “muffin” o “magdalena”, como lo llaman los españoles (un panecillo dulce). Le comenté a mi esposa: “Que historias más curiosas se nos han cruzado: un hombrecito que se sube por primera vez a un avión, y otro hombre que ya no se subirá más a un avión, por lo menos para pilotearlo”. El aterrizaje en Los Ángeles fue uno de los más suaves que hemos experimentado. En la pista dos camiones de bomberos hicieron un gran arco de agua por donde el piloto pasó orgulloso con su nave recibiendo su saludo de jubilación. Cada pasajero al descender le dio la mano y lo felicitó.
Seguramente Junípero llegará a su humilde ranchito del sur de México a darle a su madre cristiana sepultura. Ronald, en cambió, disfrutará de su amplia casa en algún elegante barrio angelino para pasar el resto de sus años en placentera vida de jubilado.
Me imagino que así como Junípero ha cruzado 13 veces la frontera en un agotador viaje en busca del sustento para su familia, así también Ronald cruzó miles de veces los cielos de este planeta piloteando aviones Boeing 737.
Una cosa les une: ambos son peregrinos y extranjeros, como tú y como yo.
Hebreos 11.13-16: Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad.
Mi oración es que Junípero Serra y Ronald Reagan, mi propio bracero Junípero y mi piloto Ronald, y todos mis amigos hispano-latinos y anglo-sajones, ricos y pobres, negros y blancos, podamos esperar vivir en la ciudad que Dios prepara para nosotros. Para eso debemos reconocer este hecho: no somos más que peregrinos y extranjeros en este mundo. Nuestro destino final será la terminación de nuestro peregrinaje.
«¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir.»

Friday, November 11, 2011

Respirar: un asunto de ritmo.



Milligan College y el Seminario Cristiano Emmanuel están en la parte montañosa del este de Tennessee y son vecinos. Hace veinte años yo gradué de Emmanuel y ahora mi hijo es estudiante de Milligan. Esta mañana planeé asistir a la capilla de Emmanuel que se celebra cada día a las 9.30. Calculé que caminando me tomaría media hora en llegar, así es que salí a las 9 y con un frío intenso que animaba a acelerar el paso. Ya a los cinco minutos pensé en "hacer dedo" o "pedir aventón". Cuando llegué a Milligan Highway (que en realidad es una calle sencilla) y miré el cerro donde se levanta el edificio del seminario pensé en no seguir la ruta de la calle que da una vuelta larga, así es que me las ingenié para acortar camino por una pendiente de cemento que es un desagüe y tiene salientes como peldaños. Eso me ahorró unos minutos de caminata pero todavía me faltaba la otra curva. A esas alturas iba yo con la lengua afuera y sentía esa desagradable sensación de respirar hondo sintiendo el frío en la garganta. Llegué cinco minutos adelantado, tiempo suficiente para saludar a algunos conocidos y entrar a la capilla para sentarme y bajar las palpitaciones cardíacas y el ritmo respiratorio.
Comenzó el servicio de la capilla en donde hoy le tocaba a un estudiante de homilética dar su sermón. Comenzó así: "Respiren hondo, ahora exhalen. Otra vez..." Yo pensé que había notado mi falta de estado físico y me estaba ayudando a relajarme. Luego siguió hablando acerca de la cantidad de veces que respiramos en el día y entremedio contó experiencias relativas a la respiración. Pero nos advirtió que el sermón no se trataba de la Respiración, sino acerca del Ritmo.
Y así introdujo un lindo pensamiento acerca de nuestra vida espiritual que tiene que estar basada en el ritmo de inspiración (I) y exhalación (E). Leyó Hechos 2.42-46 y nos mostró ese ritmo: (I) Enseñanza de los apóstoles (Inspiración para llenarse de la Palabra), (E) Los apóstoles realizaban prodigios y milagros (Enfocados a los de afuera). (I) Comunión unos con otros (Inspiración entre los hermanos), (E) Tenían la estimación de todo el pueblo (Exhalación, hacia afuera). (I) Partimiento del pan, Eucaristía (Ceremonia de Inspiración), (E) De casa en casa compartían el pan (Exhalación por los barrios). (I) Oración (Inspiración de la iglesia), (E) Alabando a Dios (Exhalación hacia el pueblo).
Nunca pensé que un sermón me iba a quedar tan grabado debido a mi experiencia física de caminar en terreno montañoso. Algunos dirán que es la edad, o que es la falta de ejercicio. Yo diré que es la altura y la falta de oxígeno. Como que ya me acostumbré al nivel del mar.
Pero lo más importante es que aunque viva respirando brisa marina mezclada con smog en California, o frígido oxígeno en las montañas de Tennesse, una cosa sí debo hacer: mantener el ritmo espiritual de la respiración santa... Inspirar, exhalar, adentro, afuera, llenarme, vaciarme, recibir, entregar, retener, dispersar, ser bendecido, bendecir, aprender, enseñar.
Señor: Que cada bocanada de oxígeno me recuerde que "Tú eres mi respirar. Dios, tu presencia vive en mí. Y yo te anhelo Señor".