Monday, February 15, 2016

Estoy a favor de los toros

Acabo de ver un video en YouTube en donde un grupo antitaurino entra a una plaza de toros en Francia, se sientan en un círculo en la arena y se encadenan a la cintura para protestar en contra de las corridas de toros.
Una vez sentados comienzan a gritar ¡abolición! y luego encienden unas bengalas que expelen humo rojo.
El público taurino reacciona con enojo y algunos bajan a la arena a golpear a los manifestantes. Los catorce minutos que dura el video son angustiantes. Por una lado los que protestan están encadenados, no se pueden parar ni moverse a su antojo. El otro bando, los aficionados a las corridas, los tratan de arrastrar sin éxito, entonces los patean y los abofetean. Un funcionario del lugar usa una manguera que lanza agua a presión para mojar a los manifestantes. Me imagino que esa manguera se usa en contra de los toros en casos de emergencia, o tal vez para lavar la sangre derramada. Mojan con fuerza a la gente y al ver que eso no da resultado acercan el chorro a diez centímetros del cuello de un hombre, le meten la manguera bajo la camisa y lo torturan con agua.

Mientras tanto los enfurecidos espectadores que quieren ver una buena corrida, golpean a los que están infiltrados en las tribunas y les rompen sus carteles. Otros siguen tirando del pelo a las mujeres sentadas en protesta y pateándolas indiscriminadamente por la espalda. Un enfurecido anciano destroza la blusa de una mujer. Ella queda con su espalda descubierta en donde sólo se ve los tirantes de su sostén. El hombre vuelve y agarra los tirantes con violencia, lo cual me imagino ha de presionar dolorosamente los pechos de la mujer, y logra romperlos. La mujer queda con su torso desnudo.
La cosa se calma por un par de minutos pues hay gente que no quiere esa violencia, de hecho algunos toreros entran a la plaza a calmar a los enfurecidos fanáticos.
Finalmente los aficionados a las corridas de toros logran romper las cadenas y comienzan a arrastrar a hombres y mujeres por la puerta de salida, por la misma puerta por donde arrastran los toros muertos, sin olvidarse de regalarles patadas y golpes de manos como despedida.
La expresión de los rostros de los fanáticos taurinos va cambiando y se trasforma en alegría al ver cómo van arrastrando a sus “enemigos” del pelo, de las piernas, de los brazos. En son de burla les sacan los zapatos y los tiran al aire. Finalmente aplauden y cierran las puertas tras los protestantes.
Me defino: Estoy a favor de los toros. Claro, estoy a favor de ellos, quiero que vivan para el propósito que fueron creados, es decir, admirarnos de su belleza y fuerza, reproducirse y deleitarnos con su carne asada y sus pieles para nuestros zapatos, sillones y maletas. Pero no estoy a favor de que los usen para un espectáculo cruento, donde son ellos los que siempre pierden. 
Sin embargo, mi reflexión principal no va por ese lado, sino por el lado de los humanos versus humanos que se enfrentaron en el video.
No pude evitar ayer, durante mi sermón dominical, hacer alusión a este video. Para mí fue una metáfora de la lucha entre la luz y las tinieblas en este escenario cósmico.
El profeta Elías viajó 470 kms a pié (250 millas) desde el Carmelo al monte Horeb. Llegó deprimido porque una mujerzuela llamada Jezabel (¡buuuuu!) le había amenazado de muerte. Cada vez que Dios hablaba con Elías este le respondía “han matado a tus profetas y sólo yo he quedado, y a mí también me quieren matar”.
Pues bien, Dios lo hizo salir de la cueva y habló con él en el susurro apacible de una brisa. Lo más lindo que le dijo fue “vé y unge a Eliseo como tu sucesor”. ¡Qué alegría habrá sentido Elías! Hasta ahora pensaba que era el único y después de él el caos, pero Dios le informa que la mata seguirá dando. Tendría sucesor, no todo terminaría aquí.
Lo segundo que le dijo Dios, y me imagino que de alegría se desmayó Elías, fue: “tengo 7 mil israelitas que no se han arrodillado ante Baal ni lo han besado”.
Los que pacíficamente protestaban en la plaza de toros no eran 7 mil, quizás eran 70. Ellos simbolizan a los cristianos del mundo que somos espectáculo público a causa de ser leales, hasta la muerte, a nuestro Señor Jesucristo.
La plaza de toros me recordó el circo romano. El energúmeno que arrastró de los cabellos a la mujer y destrozó su blusa y su brasier me recordó a los soldados que abusaron de Santa Perpetua, una noble mártir cristiana que en el año 203, en la arena del circo en Tunisia (Africa del norte, en donde todavía siguen decapitando a nuestros hermanos cristianos), fue muerta por causa de su fe.
Hoy en día se usan toros bravos para el espectáculo, hace mil ochocientos años se usaban vacas bravísimas. Así relata el “Acta de los Mártires” el ataque de la vaca contra Perpetua: La primera en ser lanzada en alto fue Perpetua, y cayó de espaldas; pero apenas se incorporó sentada, recogiendo la túnica desgarrada, se cubrió la pierna, acordándose antes del pudor que del dolor. Luego, requerida una peineta, se ató los dispersos cabellos, pues no era decente que una mártir sufriera con la cabellera esparcida, para no dar apariencia de luto en el momento de su gloria.
Dirk Willems era un anabaptista perseguido por su fe. Huyó de la cárcel y el guardia lo persiguió. Corrían sobre el hielo de una laguna. Willems había enflaquecido mucho durante el encierro, el guardia estaba bien alimentado y el hielo cedió a su peso. Mientras se hundía pidió auxilio, Willems volvió a rescatar a su perseguidor. Fue apresado otra vez y el 16 de mayo de 1569 fue quemado en la hoguera.
Perpetua, Willems y miles de mártires, o testigos confesores de la fe cristiana, actúan de una manera tan contra corriente, que cuando muestran decoro, paz y perdonan a sus enemigos durante la persecución y la tortura, como lo hizo Nuestro Señor Jesucristo lo mismo que Esteban al ser apedreado, los que tienen el poder y obran con violencia “gritan a voz en cuello, se tapan los oídos y todos a una se abalanzan sobre ellos” (Hch. 7.57).
Los cristianos no entramos al ruedo público de nuestra sociedad a responder con violencia a la violencia institucionalizada de este mundo. La violencia de la guerra, la violencia de la política, la violencia en los deportes no la atacamos con el ojo por ojo y el diente por diente, sino que la anulamos con el amor de Cristo y nos declaramos victoriosos por la sangre de un cordero indefenso. Cuando nos golpean en una mejilla ponemos la otra. Cuando nos maldicen bendecimos. Cuando nos piden la chaqueta también damos la camisa. Cuando nos obligan a llevar carga una milla, la llevamos dos. Preferimos estar encadenados a nuestros hermanos y hermanas en la comunión de los santos, antes de salir por allí como Llaneros Solitarios o como un Quijote a maltratar a medio mundo para imponer nuestras convicciones. Al contrario, preferimos recibir los golpes y las burlas, con el fin de ser los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Cristo nos dio el ejemplo. Fue llevado a la cruz y no respondió con violencia. Al contrario, perdonó a sus verdugos y murió por ellos también. De esa manera desarmó a los poderes y a las potestades, los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal. 
El pueblo santo de Dios está en este mundo para imitar al Señor. No estamos aquí para dar recetas políticas ni militares. No estamos aquí para aplaudir la violencia, venga de donde venga. Estamos aquí como anticipo del reino eterno, como fieles seguidores del Príncipe de Paz.
Por esa razón es que cada domingo nos juntamos con el pueblo santo de Dios a participar del pan y del vino, cuerpo y sangre de Cristo. Recordamos el sacrificio del Señor, sacrificio de tortura y de violencia, y a la vez anunciamos la venida victoriosa de su reino de paz.


La iglesia, los 7 mil que no han adorado a los ídolos de este mundo, no tiene poder político. Lo que si tenemos es el misterio de la Eucaristía. Le ofrecemos al mundo el pan y el vino, el cuerpo y la sangre de Cristo. ¡Eso es más que suficiente!

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