Tuesday, December 12, 2006

Primeros días en Nairobi, Kenia. Nov. 2006


Jueves 16 nov. 2 mil 6, por la noche.
Llegué a Kenia en la mañana del miércoles después de haber salido de Los Ángeles el lunes en la noche y haber esperado durante seis horas en Londres para la conexión. Aquí tenemos 11 horas de diferencia con California, así es que mi cuerpo todavía no entiende que no le debe dar sueño durante el día.
Paloma me estaba esperando con dos amigos, Joshua y Lindsey, él es hijo de misioneros en Zambia y se considera más un africano que un norteamericano. Después de parar en un par de lugares, incluyendo llevar a los muchachos a tomar desayuno, llegamos a la casa en donde vive Paloma. El barrio, Kibera, es pobrísimo, pero ya me di cuenta que no vivimos en la peor sección. Así como los vagabundos de Los Ángeles se dividen en categorías (los que duermen en el suelo, los que se cubren con cartones y los que tienen carpa), aquí parece que es igual, y la casa de los Mutinda está al principio de la barriada, es de concreto y tiene baño y electricidad, son de una categoría de “menos pobres”. Aún así la pobreza es deprimente, las calles de tierra por causa de la lluvia están llenas de barro. Hay solo una avenida en la ciudad que están pavimentando con cemento, las demás solo tienen una capa delgada de asfalto, con muchos hoyos. Hay gente por todos lados caminando, esperando, matando el tiempo. No sonríen, se ven tristes, desconfiados. También se ven diferentes razas, predominando los negros. He visto mujeres vestidas al estilo musulmán, hombres con turbantes, indios verdaderos (los de la India), y europeos y norteamericanos blancos.
Todo es un gran desorden: el tráfico, la construcción de casas, los trámites. Pero sobre todo me esfuerzo en mirar con buenos ojos a toda esta gente africana que es tan amada por Dios, y aunque por tantos siglos han estado oprimidos de diferentes maneras, tienen un lugar especial en el corazón de Dios. Y Dios pone en el corazón de muchas personas amor por ellos. El cantante Bono es uno de ellos que está en una cruzada mundial por salvar África del sida y de la pobreza. Hay muchos misioneros dando su vida por esta gente, y uno de esos corazones en donde Dios puso amor por África, es el de mi hija. Cuando oramos por ella hace dos meses en Los Ángeles, me puse a llorar de emoción y temor, sabiendo que cuando uno les inculca a los hijos el amor de Dios y llega el tiempo en que ellos deciden seguir ese camino, uno no le puede decir al Señor “estaba bromeando”. Paloma me ha dicho que le gusta aquí, yo le contesto “no te gusta, lo que pasa es que te has acostumbrado” pensando, yo, que si ella tuviera que vivir aquí por el resto de su vida “otro gallo le cantaría”, sin embargo, también entiendo que si ese fuera su destino, el Señor no sólo le indicaría el camino, sino que también le proveería el calzado.
A propósito de calzado, Paloma no me dejó descansar para acostumbrarme al horario, y me llevó a visitar la casa “Nueva Vida” para huérfanos. Al bajarnos de la matatu (mini buses) ella caminó sobre lo que pensó que era cemento… ¡se equivocó! Era barro, y quedó con sus zapatillas blancas, negras.
La casa Nueva Vida es para bebés en crisis, es decir que han sido abandonados en los hospitales o en la calle, o están enfermos de sida, parálisis. etc. Están allí mientras se encuentran hogares de adopción; los niños que no se van en adopción por causa de enfermedades graves, el hogar se ha comprometido a cuidarlos de por vida. Tienen cinco casas en Kenia y sus directores son Lee y Ann Pruitt que comenzaron su misión con CMF en la misma fecha que nosotros.
Es emocionante ver 54 niños bajo la edad de tres años, que se te agarran de las piernas para que los tomes en brazos, que bailan con la música, juegan, descansan, lloran y hacen berrinches. Tienen un numeroso personal, pero también vienen voluntarias a cuidar y tomar en brazos a los pequeñitos. Sé que muchas personas no soportarían ministrar en los barrios bajos, o a las tribus del campo, pero pasarían un lindo tiempo en esta casa dando cariño a quien tanto lo necesita.
Al llegar a la casa en Kibera cenamos. No tienen comedor, usan la mesa de centro de la sala para comer. La tercera hija de la viuda (tiene cuatro hijas y un hijo) trajo un lavatorio y una jarra de plástico con agua caliente para lavarnos las manos; luego comimos un guiso de repollo y otro de carne, sin tenedores, sino con algo parecido a la tortilla de harina mexicana. Estuvo rica la cena, terminando con té con leche y galletas.
Constanza Mutinda, la dueña de casa, es viuda, su esposo trabajaba en un edificio en frente de la embajada de los EEUU en 1995 cuando los terroristas detonaron bombas el mismo día en varias capitales africanas. 256 personas murieron aquí en Nairobi. Constanza trabaja para una ONG dando consejería sobre el Sida y sobre como vivir en paz, ya que hace tres años hubo disturbios en Kibera entre cristianos y musulmanes. Por esa razón se juntaron los pastores con los imanes con el fin de lograr la paz, y ahora mujeres cristianas y musulmanas se dedican a mantener la paz, se llaman “las Hermanas Caminantes”. Médicos sin Fronteras, otra ONG, las ha entrenado para aconsejar sobre la prevención del Sida.
Llovió toda la noche, gracias a Dios, porque se necesitaba mucho en el campo.
El jueves 16 en la mañana fuimos a dejar las cosas que muchos de nuestros amigos enviaron para la escuela donde Paloma ayuda. Nos internamos más en el barrio para encontrar la escuela. Nunca en mi vida he visto una escuela como esta. Usted se puede imaginar una escuela pobre, pero creo que nunca podrá imaginar esta, y eso que es una escuela privada. Los salones no son más grandes que un dormitorio en donde 20 niños se apiñan. Todo construido de madera con ventanas sin vidrios, los pequeños patios no están pavimentados, así es que hoy era todo barro. Caminando hacia los salones vi que por una ventana salía mucho humo, parecía incendio… era la cocina.
Los directores, que son los dueños, es una pareja de cristianos que ha adoptado niños, aparte de criar a sus propios hijos. La mensualidad en la escuela es de 14 dólares por niño. La educación, dice Paloma, es buena. No me puedo imaginar cómo serán las escuelas públicas. En las escuelas del gobierno hay ciento veinte niños – dicen los directores- por profesora. Muchos deben sentarse en el piso y casi no aprenden nada. Todos en la escuela “Green Pastures” (Pastos Verdes) estaban muy contentos con los libros y útiles escolares.
De ahí nos fuimos al centro a comprar útiles escolares, cuerdas para saltar y pelotas para llevarles a los niños Maasai. Joshua las subió a su camioneta porque mañana salimos para el campo. Paloma estaba contentísima gastando el dinero que muchos de ustedes ofrendaron.
Volvimos a la casa como a las 6pm y no aguanté, caí en la cama cansadísimo por más de una hora. Desperté para cenar con la familia (guiso de espinacas, papas fritas y macarrón con queso que Paloma “cocinó”).
Comprendo a mi hija cuando quería volverse a casa la primera semana. Comprendo el corazón de Dios que ha trasformado a mi hija en una “madre Teresa chileno-angelina”. Me asombra la cualidad de ella de imitar acentos, cuando va a Chile habla un español chilenizado, cuando visita a su familia en Texas habla norteño, cuando era niña en Tennessee hablaba “hilly billy”, y ahora aquí en Kenia habla con el acento suahili. Al principio me dio risa, pero no me quise burlar, hasta el español lo habla con ese acentito. También ha aprendido muchas palabras y pequeñas frases en suahili, que es el idioma común hablado aquí, aunque todos hablan inglés.
Me ha contado que hay hombres dementes en la calle que le han gritado o la han querido amenazar, ella los empuja como si nada, sin tenerles miedo. Sabe ser dura con algunos pretendientes que se le insinúan. Camina por los callejones para llegar a su casa con mucha destreza y todos la respetan mucho. Sabe subirse a los matatus y sabe que cuando el ayudante del chofer le toca el hombro es hora de pagar el pasaje. Sabe que llevando a una de las niñas en sus piernas no pagará pasaje por ella. Sabe muchas cosas que yo no sé.
Muchos me dijeron que iba a encontrar a una Paloma diferente, en cierto sentido sí, pero por otro lado pienso que alguien que está cumpliendo su sueño de amor por África cambia con esta experiencia, pero no es diferente, sino mejor, más madura, más clara en sus propósitos. Paloma no necesitaba una conversión, ella necesitaba seguir su llamado y aquí está siguiendo las pisadas del Maestro. Él adelante, ella atrás, la familia y los amigos atrás de Paloma cuidándola y animándola. No sé que pasará con ella en el futuro. A veces veo tanta desesperanza aquí y pienso ¿qué diferencia puede hacer esta niña aquí en Nairobi? A veces pienso que ella será para nosotros una molestia hablando todo el tiempo repetitivamente de sus africanos, de su pobreza, de sus enfermedades, de sus tristezas. ¿Qué diferencia podrá ella hacer ayudando a veinte niños en un salón de clases? ¿Qué diferencia puede hacer ella acompañando a una viuda con cinco hijos durante tres meses? Y luego se me viene a la mente la historia del caballero que presenciando millones de estrellas de mar agonizando bajo el sol en la playa, él tomaba una por una y las lanzaba de vuelta al mar. Alguien, en tono de burla, le preguntó ¿qué diferencia hace eso si aún quedan millones abandonadas? Él respondió, tomando una estrella en la mano, -para ésta, mi acción hace toda la diferencia-.
Paloma ha aprendido esto. Un pequeño gesto, un libro, un lápiz, una entrada al cine, un paquete de dulces, una pelota de fútbol, una cuerda de saltar, un columpio, un abrazo, una sonrisa, hace una gran diferencia para sus queridos africanos.
Mañana viernes Paloma, Joshua y Lindsey se irán en un jeep a Maasai-Mara, yo no quepo, así es que me iré en avión. Yo quería que Paloma se fuera conmigo en el pequeño avión, pero prefiere seis horas “saltando” en los baches de los malos caminos, que subirse a un avión, les tiene miedo. Estaremos allá hasta el lunes.

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