En marzo de 2014 fui invitado a México a ser el intérprete del autor Brian Zahnd para unas charlas que daría a líderes cristianos.
Hubo una charla que me impactó mucho, al punto de temer que mis propias emociones me impidieran seguir traduciendo la historia.
Hoy volví a escuchar el audio y lo he transcrito para compartirlo con ustedes. Esta es la historia que contó Brian Zahnd:
Creo que Jesús es la esperanza del mundo. Hay muchas cosas que están equivocadas en el mundo y si no fuera por mi fe en Cristo no tendría esperanza.
Les voy a contar una historia. Hace 10 años mi vida tomó un rumbo dramático. Muchas cosas cambiaron, entre ellas fue que adquirí un deseo intenso de estudiar filosofía. Quería saber qué era lo que pensaban las grandes mentes de la historia humana.
Leí libros. Lo que les voy a contar es un tema filosófico. No estaba seguro si debía investigar la filosofía porque hay advertencias en la carta a los Colosenses acerca de tener cuidado pues hay filosofías que nos pueden esclavizar. Yo ya estaba capturado por Jesús, nada más me podía cautivar. Yo quería saber cómo pensar bien y saber cómo pensaban otros en el mundo y comencé a estudiar diligentemente.
Leí a un filósofo francés decontructivista llamado Jaques Derrida. Este filósofo podía destruir toda filosofía, era negativo y mostraba que todo estaba mal.
En octubre de 2004 predicaba yo en una de las iglesias más grandes en París, se llama Carisma Internacional. Había predicando el sábado y el domingo y durante la semana enseñaba en las mañanas en el Colegio Bíblico. Mi esposa y yo teníamos las tardes libres. Una tarde ella estaba cansada y me fui yo solo a visitar la ciudad. Quería ir a una charla que darían en la catedral de Notre Dame. Tomé el tren y en 45 minutos llegué al centro. Como llegué temprano me fui a la famosa librería inglesa “Shakespeare y
compañía” ubicada cerca de Notre Dame, y busqué un libro para leer de vuelta en el tren. Compré El Idiota, de Dostoyevski (el libro que habla acerca de que la belleza salvará al mundo). Era un libro usado de tapa rústica, me costó 10 euros. Comprarlo fue algo raro y extravagante, porque ese libro yo ya lo tenía en el hotel y era una copia de lujo con tapa dura y canto dorado. Lo compré pensando que valdría la pena leer por 45 minutos en el tren de regreso. Compré El Idiota, y El Idiota y yo entramos a la iglesia de Notre Dame. La historia de la catedral fue muy interesante y al final de la presentación, aunque no fue un servicio religioso, incliné mi cabeza y oré: “Dios, úsame más en esta ciudad. Amén”.
Me subí al tren, y en la siguiente estación un hombre asiático se subió y se sentó al frente mío. Lo ignoré, porque estaba sumido en la lectura, pero él me interrumpió y me dijo -es un libro muy interesante el que usted está leyendo-. -¿El idiota?- le pregunté yo, -¿lo conoces?-. El me dijo, -sí, lo estoy leyendo ahora-. Esto era raro y comenzamos una conversación. Se llamaba Yu. En inglés la historia suena chistosa: -Yu y yo comenzamos a conversar-. El me dijo, -¿Sabías que hoy murió Jaques Derrida?-. -Sí- le contesté -lo leí en el periódico-. Hablamos de la filosofía de Derrida y estábamos de acuerdo que su filosofía era buena, pero carecía de toda esperanza. Seguimos hablando de Dostoyevski. Le pregunté a qué se dedicaba. Me dijo que había graduado de la universidad y andaba mochileando por Europa. Había graduado con dos especialidades: ciencias políticas e historia. -Esa es una buena combinación de carreras-, le dije. -La ciencia política estudia cómo nos gobernamos y la historia es el récord de nuestros errores-. Estuvo de acuerdo conmigo. Le pregunté -¿Qué esperanza tienes para el mundo?- y él me dijo, -no abrigo ninguna esperanza-. Le dije que era algo triste que un joven de su edad no tuviera esperanza. Me dijo -escuché que Fiodor Dostoyevski era cristiano, ¿sabes algo acerca de él?-. Le conté la historia interesante de cómo Dostoyevski se había convertido en cristiano. Lo habían arrestado y sentenciado a muerte. El zar le perdonó la vida y a última hora fue enviado a trabajos forzados a Siberia. Allí se le dio un solo libro, el Nuevo Testamento, el cual leyó una y otra vez durante cuatro años de prisión.
Entonces Yu me preguntó, -¿a qué se dedica usted?-. -Soy pastor-, le contesté, -¡No!- dijo él. Se puso serio y me contó. -Crecí en una iglesia, vengo de una familia cristiana, pero en la preparatoria decidí ser ateo. Y desde entonces he sido ateo. Pero ayer fui a la catedral de Notre Dame solo para ver la arquitectura, pero al entrar en ella miré alrededor y escuché las campanas (Nota del traductor: justo en ese momento en que yo le interpretaba, sonaron las campanas de la iglesia católica al frente del salón en donde estábamos) y supe que había un Dios y supe que estaba equivocado. Traté de orar y le dije a Dios que lo sentía mucho, que estaba arrepentido. Pero pienso que Dios ni siquiera oyó mi oración-.
Le contesté -¡por supuesto que Dios te escuchó! Recién yo estaba en esa catedral y le pedí a Dios que me usara en esta ciudad, y tú estuviste allí diciéndole a Dios que estabas arrepentido. Dios ha de haber dicho “un momento, puedo responder estas dos oraciones a la vez”, así es que Dios me ha hecho subir a este tren con este libro, que ya lo tengo en mi hotel, y él hizo que tú subieras al tren, que vieras mi libro y él provocó esta conversación. Dios sabía que tú me dirías acerca de tu oración y yo te contaría acerca de mi oración. Dios nos oyó y concertó esta cita-.
Esta es una historia maravillosa. Dios sabía que yo necesitaba haber conocido al filósofo Derrida porque este joven tan talentoso necesitaba respetarme. Yu necesitaba saber que yo sabía de lo que él estaba hablando. No todos deben leer a Derrida, pero algunos deberían hacerlo. Le dije, -Yu, hablemos acerca de Jesús. Me dijiste que no tenías esperanza para el mundo. Dostoyevski pensaba así cuando tenía tu edad, pero encontró esperanza en Jesucristo. No tienes que ser como el filósofo Derrida que no tenía esperanza, sino como nuestro amigo Dostoyevski que tuvo esperanza para el mundo. Tú puedes tener la esperanza que yo tengo, la esperanza en Jesús. ¿Te gustaría que oráramos?- Me dijo que sí. Le animé a leer el evangelio según San Juan para encontrar la esperanza allí. Luego lo toqué y oré para que Jesús se le revelara, lo perdonara y lo salvara. Dije, “amén”, y apenas terminé la oración abrí mis ojos, el tren estaba en mi estación y me despedí rápidamente y bajé del tren. Al estar parado en la plataforma ¡me sentía como un ángel! Cada vez que cuento esta historia la gente me pregunta si le pedí su correo electrónico. Mi respuesta es: “¡los ángeles no andan pidiendo correos electrónicos!”
Yo no sé dónde está Yu hoy. Ni siquiera sé de qué país venía. Pero quizás en Singapur hay un hombre de 32 años que va a una iglesia cristiana, que es muy inteligente, que quizás es profesor universitario y es posible que cuando cuenta su testimonio dice, “cuando yo estaba en París, el mismo día en que murió el filósofo Derrida, me encontré con un ángel en el tren y encontré la esperanza para el mundo”.
Esa es mi historia.
Cuando estamos abiertos encontramos a las personas correctas. No tenemos que insistir tanto, solamente estar abiertos y decirles lo que sabemos sobre Cristo y él hará el resto. Cuando nos abrimos en oración entonces podremos salir al mundo, no a predicar la Biblia, sino a Cristo. Usamos la Biblia para predicar a Cristo. No probamos la Biblia, predicamos a Cristo y dejamos que la Biblia se pruebe a si misma.
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