Tuesday, February 16, 2010
Se acaba el Carnaval.
Sunday, February 07, 2010
El Cristianismo y el deporte competitivo.
Hace unos días, yendo de vuelo para acompañar a mi hijo en una gira por cinco universidades bíblicas, se estaba jugando el partido de fútbol americano que definiría el equipo que enfrentaría a los “Potros” de Indianápolis en la final del campeonato nacional. Clasificaron los “Santos” de New Orleans. El avión tenía televisores individuales en donde por seis dólares los pasajeros podían ver el partido en vuelo. Se escuchaban las exclamaciones típicas de los fanáticos sufrientes.
Entre las posibilidades de financiar los estudios de mi hijo está el conseguir beca por jugar fútbol soccer. De hecho hay dos instituciones que lo aceptarán por ser buen jugador.
En estos pensamientos me sumía al recordar mi propia y casi nula experiencia con el fútbol, y la condenación que mi iglesia natal declaraba sobre ese deporte. Muchas veces el testimonio de la conversión radicaba en la liberación de las garras del fútbol. Recuerdo, por ejemplo, a dos de mis tíos, ambos fallecidos, ambos pastores, en que uno declaraba en contra del otro “cuando yo andaba predicando el evangelio en las calles, tu tío andaba jugando a la pelota”.
Mi padre fue un buen jugador de fútbol al punto de casi llegar al profesionalismo. Jugó en la división juvenil del antiguo equipo Magallanes de Chile. Mi padre infundió el deporte en mi hermano mayor quien hasta el día de hoy, a sus 55 años, sigue jugando y dirigiendo equipos. Yo, por otro lado, no tuve esa inclinación y tampoco el entusiasmo de mi padre. A lo sumo él se preocupó de “chutear” conmigo en el patio cuando era niño. Mi auge en el fútbol lo tuve a los 13 años. El sitio eriazo en la Plaza Ñuñoa, contiguo a la Iglesia Católica, fue testigo de mi gloria. Por unos meses mis compañeros y yo nos enviciamos jugando después de la escuela en ese lugar. Recuerdo que hasta aplausos saqué en alguna ocasión. Sin embargo, le entregué mi vida a Cristo, y siguiendo las tradiciones de mi iglesia, dejé mi corta carrera deportiva para entregarme de lleno al camino del Señor.
Que ironía: mi hermano que tuvo dos hijos, no ha tenido la alegría de que ellos se involucren con pasión en el fútbol, y yo, que jamás le di mucha importancia a ese deporte, tengo a mi hijo súper apasionado por la pelota, a tal punto que está casi por lograr una beca deportiva. Me confidenció el otro día que él sería sumamente feliz si pudiera vivir el resto de su vida adorando a Dios con la música y jugando fútbol.
Hierve el ambiente nacional aquí en Estados Unidos, con la proximidad del “Súper Bowl”, el partido de fútbol americano más importante del año. A tal punto que hay iglesias que colocan pantallas gigantes y organizan actividades en torno al evento.
No fue casualidad, entonces, que la revista Christianity Today (Febrero de 2010) haya publicado un artículo de Shirl James Hoffman titulado “¿Qué ha pasado con el Juego? Cómo es que los cristianos han sucumbido a la cultura del deporte, y qué se debería hacer al respecto”. Déjenme resumirles este interesante artículo.
Hoffman nos cuenta de una pareja de fanáticos del fútbol americano universitario, que no asistió a la boda de su hija por haber coincidido con un importante juego. Cuenta también que en el año 2005, en un juego televisado de las Águilas de Filadelfia en contra de los Green Bay Packers, un hombre entró a la cancha corriendo con una bolsa plástica que contenía un polvo blanco el cual desparramó en el campo. Eran las cenizas de su madre, una ardiente fanática de las Águilas. Quedó ella como fertilizante del verde pasto para siempre.
El autor habla de esta pasión deportiva que lleva a los fanáticos a pintarse la cara, usar sombreros raros y envolverse en un delirio colectivo que un filósofo llamó “algo muy cercano a lo religioso”.
Hace un siglo atrás las comunidades evangélicas consideraban a los deportes como un cáncer en la vida espiritual. Hoy, las mismas iglesias conducen a sus fieles a los estadios. Los edificios de iglesias en EEUU casi todos tienen un gimnasio, los pastores continuamente usan metáforas deportivas en sus sermones, deportistas famosos son invitados al púlpito para hablar de cómo la fe les ayuda a competir.
Aquí en EEUU cada universidad tiene sus ramas deportivas de donde eventualmente surgirán los jugadores profesionales. Lo mismo pasa con las universidades cristianas. Existe la NCAA (Asociación Atlética Nacional de Colegios Cristianos) con 100 universidades miembros y 20 deportes.
Continúa diciendo el autor que así como los símbolos del deporte han invadido al cristianismo, también los símbolos del cristianismo han invadido el deporte. Es una mezcla irrisoria: en el fútbol americano hay una mezcla de rudeza, violencia y piedad; choques fuertísimos con genuflexiones al hacer un “touch down” (llegar a la meta); palabras sucias y dedos apuntando al cielo en la victoria, enojo y agresión interrumpida por oraciones.
(Luego, ni se diga de las celebraciones que los latinoamericanos estamos muy acostumbrados: semáforos destruidos, vitrinas apedreadas, autos incendiados).
Lo bueno del deporte, dice Hoffman, es que puede ser divertido y proveer un entretenimiento que enriquece. Pero los deportes organizados logran traer a la luz lo peor del ser humano. Hay mucha trampa en las universidades que reclutan buenos jugadores que son malos estudiantes. Se hace trampa en las pruebas de admisión, se presiona a los profesores para que no les pongan malas calificaciones. En los deportistas profesionales existe un exceso de dinero, éxito y celo competitivo. Existe un uso de drogas que ayudan a jugar mejor. En el hockey la violencia da asco: en la temporada 2008-2009 hubo 734 peleas entre 355 jugadores durante 173 juegos.
Las divisiones inferiores imitan lo que se ve en la televisión. Reporta el autor del artículo que en California un padre fue puesto en la cárcel por golpear al entrenador de su hijo por haberlo sacado de un juego de beisbol. Otro padre, de un niño de 12 años, jugador de hockey, mató a golpes al entrenador porque, irónicamente, éste les animaba a jugar con rudeza.
En el artículo el autor define a nuestra cultura deportiva como narcisista, materialista, violenta, sensacionalista, ruda, racista, sexista, descarada, escabrosa, hedonista, destructora del cuerpo y militarista. No hay puntos de contacto entre esas descripciones y la narrativa cristiana que enfatiza el servicio, la generosidad y la propia subordinación. La cultura deportiva enfatiza la competencia sanguinaria, el partidismo y la lucha Darwiniana.
La Biblia señala que el cuerpo humano es la cima de la creación, el recipiente del Espíritu Santo y la reflexión de la imagen del Creador. Hoy en día, los deportes competitivos llegan a ser agentes sacrílegos del cuerpo. Últimos estudios que el Congreso de EEUU está investigando, hablan de la relación entre los jugadores de fútbol profesional y el riesgo de demencia, escribe Hoffman.
Otra de las críticas que hace el autor es hacia los evangélicos que están muy listos para comentar las glorias de los atletas y del deporte, pero son muy tímidos para criticar los defectos. Dice él que la aceptación indiscriminada que los cristianos hacemos de los deportes es tan peligrosa como el rechazo indiscriminado que nuestros antepasados tuvieron sobre el deporte.
Ya que no hemos sido capaces como cristianos en llegar a una teología del deporte, se ha levantado lo que hace treinta años un escritor de la revista Sports Illustrated catalogó como “Deportianismo” (Sportianity en inglés). Se define como la mezcla de psicología de camarín con la doctrina de la auto-seguridad y masculinidad. El “deportianismo” está más basado en las guerras del Antiguo Testamento, que en el Sermón del Monte. Dice el autor “Cuando el esfuerzo, el sacrificio y el éxito competitivo llegan a ser la manera preferida de glorificar a Dios, entonces el juego gozoso… pareciera ser algo indigno de ofrecer”… “En el proceso, el deporte que se hace con el fin de impactar el alma, el deporte que ilumina y enriquece espiritualmente, el deporte que es serio pero también festivo y fantástico, es desechado”.
Un predicador del siglo 19 animaba, en cuanto a los deportes, a “entrar en ellos, dominarlos y transformarlos con su propia energía vital”. Hoy en día los evangélicos han “entrado y dominado” en los deportes, pero todavía tienen que tomar en serio la labor de “transformarlos”. Hemos sido más seguidores que líderes, hemos adoptado sus tendencias en vez de cambiarlas.
Hubo un gran escándalo nacional en una universidad cristiana le pidió a un profesor que no le pusiera mala calificación a un buen jugador de básquetbol. El equipo ganó el campeonato. Desgraciadamente el presidente tuvo que renunciar porque se trataba de la Asociación Atlética Nacional de Universidades Cristianas, el presidente era un pastor ordenado cuya escuela de teología llevaba su nombre, y la clase en la que el estudiante estaba fracasando era una clase bíblica.
Se han creado la Federación Cristiana de Lucha Libre, la organización de Espectáculos Cristianos de Lucha Libre, y la organización Máxima de Lucha Libre Cristiana. Todos prometen a los espectadores la misma violencia, la misma celebración del poder, las mismas imágenes grotescas y el mismo circo que se muestra en la televisión, con la diferencia que sus promotores dicen que no habrá “maldiciones ni mujeres desfilando con ropas escasas”. Ya es tiempo, dice Hoffman, de que los evangélicos den un paso atrás y vuelvan a pensar bien su asociación con los deportes de apogeo.
Los deportes, dijo el historiador Huizinga, como forma de juego pertenecen al ámbito de lo estético, lo simbólico, lo ritual. De una forma fundamental apelan más a nuestros espíritus que a nuestra fisiología. Los deportes aparecieron primeramente como una expresión religiosa, lo cual podría indicar su lugar apropiado en el orden de la creación. Hoy en día, en vez de celebrar la obra del Espíritu Santo en los deportes, nos hemos concentrado más en los beneficios prácticos del mismo. Por ende, la comunidad cristiana ha sido como una visita que viene al banquete, come los aperitivos y se va, sin darse cuenta de las grandes delicias por venir, ilustra Hoffman.
Hugo Rahner dice que los deportes son como un ensayo “de aquella armonía divina del cuerpo y del alma, que llamamos cielo”, un expresión del “deseo humano por la vida venidera que toma forma visible en una débil imitación, del verdadero juego que comenzarás solamente cuando dejemos este mundo atrás”.
Hay algunos atletas que han entendido el juego como una actuación de alabanza, o una experiencia de adoración para glorificar a Dios. Aún así, esas visiones de glorificar a Dios siempre están ligadas a la producción atlética. Dios se glorifica a través de demostraciones de agallas, musculatura, cálculo estratégico y victoria, lo cual parece provenir más de la oficina del entrenador que de la Biblia.
El autor del artículo dice que los deportes son imposibles sin competencia. El progreso se logrará, dice él, cuando la comunidad cristiana comience a hacer diferencias entre los deportes, posiblemente favoreciendo las competencias paralelas (natación, golf, carreras, por ejemplo), que no demandan violencia o un estado mental que requiera violencia, en desmedro de los juegos de contacto cara a cara (fútbol americano, hockey y boxeo).
A nosotros los latinoamericanos nos llama la atención lo del fútbol americano, parecido al rugby nuestro. Hoffman es fuerte al decir que los cristianos en Norteamérica deberían analizar su fascinación con ese deporte. Los cristianos han de enfrentarse con una elección difícil entre dejar de lado ese fanatismo o revisar el entendimiento que tienen del cuerpo humano como templo del Espíritu Santo.
También, dice Hoffman, se deberá analizar cómo se afecta la proclamación del evangelio con propaganda barata de la fe en esos juegos. Demanda, él, que ya no se use la imagen de Cristo como el gran entrenador, o como el compañero de juego que siempre está a nuestro lado.
El autor reconoce que sus ideas pueden ser quijotescas o herejes para aquellos que han sido bautizados en la religión de los deportes. Solamente estas ideas tienen sentido cuando son encuadradas en el punto de vista cristiano de que los deportes son un regalo de Dios a nuestro impulso de juego, y que tienen como fin que recobremos nuestra centro de gravedad espiritual y practiquemos las verdades espirituales que son difusas imágenes del verdadero juego que comenzará cuando dejemos este mundo atrás.
Hasta ahí el interesante artículo. Yo se los dejo y espero sus opiniones y sus experiencias de la iglesia y el deporte. Escríbanmelas. Hay mucha sabiduría colectiva en este tema.
Termino contándoles que en el viaje que hice con mi hijo fue probado en una universidad jugando fútbol “soccer”. Estaba muy nervioso. El entrenador hizo varios pequeños equipos y por más de dos horas estuvieron jugando. Yo veía que uno de los mejores jugadores en la cancha jugaba por un equipo y luego hacía pases al equipo contrario. Después me di cuenta que era el ayudante del entrenador. Karlo terminó muy contento y me dijo que el ambiente es muy lindo, que todos los muchachos eran muy amables. Él esperaba actitudes desafiantes, jóvenes orgullosos de estar en la selección, prepotencia, etc. Sin embargo se encontró con un grupo de jóvenes cristianos que reían mucho y disfrutaban el juego.
Mi mente se fue a mis años de infancia cuando en los paseos del 18 de septiembre, cuando nuestra iglesia celebraba la Independencia, se armaba el gran partido de fútbol. Mi tío Dagoberto, que fue muy bueno para ese deporte, jugaba con tanta alegría y hacía muchas payasadas. De repente, tomaba la pelota y metía un gol en el arco de su propio equipo. Algunos se enojaban y hasta le gritaban, ¡pastor, póngase de acuerdo por cual bando va a jugar pues! A lo que mi tío respondía con una sonora carcajada que nos hacía a todos reír.
En esa escena veo yo el verdadero sentido del deportista jugador cristiano.