Hoy en dìa, en Chile ha habido mucho revuelo con los escándalos de corrupción, casi todo, al final, se resume en el amor al dinero. Muchos buscan el poder político con el fin de obtener fama y dinero, el mentir en el currículo puede redundar en un mejor sueldo. Estos ejemplos del mundo político los podríamos trasladar al mundo evangélico. Ya hemos conocido muchos líderes que usan y abusan de la economía de los fieles. Hace poco aquí en Estados Unidos supimos de la renuncia de un supervisor de misioneros que desfalcó a una organización con más de $40.000 dólares. Entre los gastos justificaba la construcción de un bautisterio (piscina personal), retiros espirituales (vacaciones), ayuda en movilización a misioneros (compra de ruedas para su auto). Aquí en Estados Unidos existen universidades “cristianas” que no están acreditadas por ningún organismo educacional y ofrecen títulos de maestrías y doctorados basados en la experiencia del pastor y unas clasecitas de fines de semana. Con un par de miles de dólares ya tenemos magísteres y doctores por doquier. Muchos líderes evangélicos, como la señora Depassier, claman tener títulos teológicos inexistentes.
El evangelio de Lucas 16. 1-15 relata una de las parábolas más difíciles de interpretar, la del mayordomo astuto. Los cristianos tenemos muchas virtudes, pero nos falta astucia. La astucia no puede ir de la mano de la deshonestidad.
Jesús también les dijo a sus discípulos:
"Había una vez un hombre muy rico, que tenía un empleado encargado de cuidar todas sus riquezas. Pero llegó a saber que ese empleado malgastaba su dinero. 2 Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es todo esto que me han dicho de ti? Preséntame un informe de todo mi dinero y posesiones, porque ya no vas a trabajar más para mí".
"El empleado pensó: "¿Qué voy a hacer ahora que mi patrón me despide del trabajo? No soy fuerte para hacer zanjas, y me da vergüenza pedir limosna. ¡Ya sé lo que haré, para que algunos me reciban en sus casas cuando me despidan!"
"El empleado llamó a cada uno de los que le debían algo a su patrón, y al primero le preguntó: "¿Cuánto le debes a mi patrón?" Aquel hombre contestó: "Le debo cien barriles de aceite de oliva". El empleado le dijo: "Aquí está tu cuenta. Rápido, siéntate y, en lugar de cien barriles, anota cincuenta". Luego le preguntó a otro: "¿Y tú, cuánto le debes a mi patrón?" Ese hombre respondió: "Diez mil kilos de trigo". El empleado le dijo: "Toma tu cuenta y anota ocho mil kilos".
"Al saber esto, el patrón felicitó al empleado deshonesto por ser tan astuto. Y es que la gente de este mundo es más astuta para atender sus propios negocios que los hijos de Dios.
"Por eso, a ustedes, mis discípulos, yo les aconsejo que usen el dinero ganado deshonestamente para ganar amigos. Así, cuando se les acabe ese dinero, Dios los recibirá en el cielo.
"Al que cuida bien lo que vale poco, también se le puede confiar lo que vale mucho. Y el que es deshonesto con lo de poco valor, también lo será con lo de mucho valor. Si a ustedes no se les puede confiar algo que vale tan poco como el dinero ganado deshonestamente, ¿quién les confiará lo que sí es valioso? 12 Y si no se les puede confiar lo que es de otra persona, ¿quién les dará lo que será de ustedes?
"Nadie puede ser esclavo de dos amos, porque preferirá a uno más que a otro. Y si obedece a uno, desobedecerá al otro. No se puede servir al mismo tiempo a Dios y al dinero".
A los fariseos les gustaba mucho el dinero. Por eso, cuando escucharon todo lo que Jesús decía, se burlaron de él. Entonces Jesús les dijo:
"Ustedes tratan de aparecer delante de los demás como personas muy honestas, pero Dios los conoce muy bien. Lo que la mayoría de la gente considera de mucho valor, para Dios no vale nada.
Al leer esta parábola de inmediato me acordé del chiste del perro astuto. Este estaba en la selva en época de hambruna tratando de sobrevivir cuando en esto se aparece una pantera. El perro astuto, para evitar que la pantera se lo comiera, se lanzó al suelo quejándose de dolor y agarrándose el estómago decía: “¡Hay, qué dolor de estómago más fuerte tengo por haberme comido un elefante!”. Obviamente la pantera huye asustada con el perro que comía animales. Sin embargo el mono, que miraba desde un árbol, corrió a decirle a la pantera que todo era una farsa, que no le creyera al perro y que fueran juntos a comprobar que era una mentira. El perro astuto al ver de lejos al mono que traía de vuelta a la pantera ideó salir de este segundo apuro, por lo cual, dándole la espalda a ambos dijo en voz alta: ¡¿Y a qué horas irá a llegar este mono que lo mandé a u apantera para comerme de postre?!
Igual de desconcertado como el mono y la pantera, he quedado yo con la lectura de esta parábola en la cual Jesús alaba la actitud astuta, y bastante reñida con la moral, que tuvo el mayordomo astuto.
Nos hemos tenido que ir acostumbrando a estas irrupciones de Jesús que nos mueven el piso y trastornan nuestra manera de pensar.
Las parábolas me las imagino como los cuadros de Dalí en lo que todo pareciera estar bien, todo hace cierto sentido y va encajando en la mente, hasta que surge por ahí un reloj medio doblado colgando de algún lugar. Nuestra mente trata de asimilarlo, pero no es fácil hacerlo.
De la misma manera cuando leemos las enseñanzas o parábolas del Señor, como que todo va encajando en nuestra mente occidental, analítica, simétrica, ordenada, hasta que por ahí, al final de la historia o de la parábola Jesús lanza lo que en inglés se llama el “punch line”, la frase chistosa, el punto final, la moraleja, que viene siendo como el reloj de Dalí.
Y no puede ser más desconcertante decir, por ejemplo, después de una parábola, “la gente de mala fama, los cobradores de impuestos y las prostitutas, entrará al reino de Dios antes que ustedes”. O escuchar que al empleado que guardó el talento y no quiso especular con él en el mercado cambiario, hombre prudente según nosotros, Jesús lo llama inútil y lo manda a la oscuridad, al lloro y al crujir de dientes. O cuando, en la última cena, el maestro le lava los pies a los discípulos. Ahí está, entre muchos otros ejemplos, este Jesús que nos trastorna con sus ideas y declaraciones para instaurar su reino entre nosotros.
La versión de la Biblia Latinoamericana le llama a este empleado un administrador, la mayoría de las versiones le llama mayordomo, y la versión usada aquí, la Biblia en Lenguaje Sencillo, le llama empleado. En todas las versiones nos queda claro que el personaje principal no era el propietario de los bienes, sino el que manejaba los bienes de su patrón. Es un “oikonomos” en griego,
La Biblia, en reiteradas ocasiones, enfatiza que “cuando nacimos no trajimos nada al mundo, y al morir tampoco podremos llevarnos nada”. Hace poco me enteré que en cierta zona rural mexicana creen que cuando alguien muere hay que dejar en el ataúd algunas monedas porque, según esta creencia, cuando uno fallece tiene que pasar un río, y para ello tienen que pagar peaje. En el caso de los niños, deben pagar el paso con dulces.
En realidad nada trajimos y nada nos llevaremos de aquí. Esta realidad sólo la puede entender y poner en práctica un cristiano comprometido con los valores del reino. Dios nos llama, primero a entender que somos mayordomos, administradores, empleados nada más de los recursos que él ha puesto en nuestras manos, y también nos recuerda que en ese trabajo debemos ser honestos.
En la parábola leída no se alaba la deshonestidad del mayordomo. Al contrario, el despido del trabajo y la sentencia de que presente un informe de todo el dinero y las posesiones del dueño se debió a la deshonestidad del empleado.
Hoy vemos a nuestra América Latina empobrecida y desangrándose, y no es que quiera traer a la mente de ustedes las Venas Abiertas de Galeano, sino que quiero ejemplificar la situación que vivimos.
Muchos, con buena intención, decimos que cuando nuestro continente realmente se convierta a Dios saldremos de la pobreza y corrupción en la que estamos. Sin embargo Japón y otros países asiáticos en donde el cristianismo no es mayoría han mejorado su estilo de vida de manera asombrosa y son enfermantemente honestos. Los países del norte de Europa han dejado los principios cristianos, sin embargo gozan de un estándar de vida envidiable y una ética transparente. Y aquí en América Latina las iglesias protestantes han tenido un tremendo avance reclamando, en algunos países, hasta el 50% de su población, cada año se denominan “el año de la cosecha, de la conquista”, nos jactamos de los contactos con el mundo político, de las leyes promulgadas a favor nuestro, de las clases de religión, de los capellanes y del terreno quitado al catolicismo, y aún así no vemos transformaciones sociales. ¿Será acaso que estamos viviendo una “onda religiosa” sin compromiso radical con Cristo?
El progreso económico en algunos países se debe a su cultura, y los records de corrupción y deshonestidad en Latinoamérica también se deben a nuestra cultura. De acuerdo con www.Transparency.org (pueden encontrar allí las estadísticas) el país más transparente en nuestro continente es Chile, en el lugar 17, más alto que Japón que está en el 20. Le sigue Uruguay en el lugar 32 y Costa Rica en el 45. Tristemente la mayoría de los países americanos están bajo el lugar 60 con Bolivia, Ecuador y Haití en el lugar 89, y Paraguay en el lugar antepenúltimo. ¿Qué ha hecho la proclamación del evangelio en todos estos países que tienen grandes poblaciones de cristianos?
Pienso que nos hemos olvidado de dos grandes verdades de esta parábola: mayordomía y honestidad. Los bienes y las riquezas las hemos asumido como nuestras y no como bienes de Dios para hacer el bien. Además, al considerarlas nuestras las hemos usado deshonestamente.
La mayor virtud de un empleado cristiano debe ser la honestidad. Dios nos da la vida, la salud, la inteligencia, las fuerzas, la astucia, los bienes, la tierra, las casas, las empresas, etc. para que las trabajemos con honestidad. Son de su propiedad, debemos usarlas para su gloria. Obviamente que al ser mayordomos vamos a disfrutar en el proceso, como un embudo que hace las veces de un canal entre la botella que da aceite y el recipiente que lo recibe. Al final de la jornada, siempre le queda algo de aceite pegado al embudo. Así también, cuando trabajamos más como administradores honestos de los bienes que el Señor nos ha entregado, al final nos quedará un buen sabor en la boca, una satisfactoria sonrisa en el rostro. Estaremos listos para escuchar, al fin de nuestros días, el llamado de Dios: "¡Excelente! Eres un empleado bueno y se puede confiar en ti. Ya que cuidaste bien lo poco que te di, ahora voy a encargarte cosas más importantes. Vamos a celebrarlo".
Lo demás es pura fanfarria.