El triste espectáculo de la violencia política nos ha dejado asombrados. Hemos visto reiteradas veces el video de la bala que roza la parte superior de la oreja del ex presidente Trump.
Dos ideas ideas se me vinieron inmediatamente a la mente cuando supe la noticia. El primer pensamiento no fue nada profundo, sino que se me vino a la memoria un comentario que la abuela de mi esposa había dicho, referente a los hombres que molestaban a mi suegra en los años 40 en un pueblito de México. Mi suegra sacaba una pistola y disparaba un par de tiros al aire con lo cual espantaba a los ociosos. La abuela Luisa, riéndose, nos decía “y la bala les pasaba calientita por la oreja” causando la risa de todos.
El segundo pensamiento surgió de un tema más serio y profundo inspirado en el evangelio: Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó e hirió con ella al siervo del sumo sacerdote, que se llamaba Malco, y le cortó la oreja derecha. Pero Jesús le dijo a Pedro: «Regresa la espada a su vaina. ¿Acaso no he de beber la copa que el Padre me ha dado?» Juan 18.10-11.
Caín fue el que primero fundó una ciudad basada en la violencia. Toda sociedad humana, desde el inicio, se sostiene sobre los ganadores, los que tienen el poder y lo ejercen sobre el resto. Hoy en día ese poder se sintetiza, últimamente, en las armas de fuego.
Desde que Jesucristo vino a proclamar el reino de Dios entre nosotros, el paradigma cambia. Basta con leer el Sermón del Monte para darnos cuenta de que el cristiano no puede tener ninguna relación con la violencia ni la venganza. La vida del Señor Jesucristo en esta tierra es una clara ilustración del Sermón del Monte. Jesús nunca hizo uso de las armas, nunca maltrató. Solamente fue rudo, sarcástico y directo con aquellos que debían ser misericordiosos y no lo eran, especialmente los fariseos.
El ejemplo máximo de ese concepto de amor y misericordia es su muerte en la cruz. Jesús prefiere morir antes que matar. De esa manera vence al pecado y a la muerte.
Cuando los cristianos o la iglesia en general echa mano de la violencia, del ataque verbal, de los púlpitos incendiarios, de las redes sociales con el fin de “avanzar el reino con violencia”, lo único que está haciendo es lo que hizo Pedro con su espada: cortar orejas.
El triste acontecimiento de la oreja cortada, curiosamente, es relatado en los cuatro evangelios. Eso indica su relevancia. ¿Fue casualidad que Pedro haya elegido una oreja en vez de haber cortado una mano, un brazo, la nariz o un ojo?
Los padres de la iglesia nos enseñaron a interpretar la Biblia alegóricamente. Aquí va mi interpretación: cuando el cristiano usa la violencia y corta orejas, lo único que logra es que los demás dejen de oír el mensaje del evangelio.
Hay mensajes que son difíciles de entender o de escuchar. El Señor le dijo a Samuel (a propósito, el nombre “Samuel” viene de dos palabras hebreas: Shema, escuchar, y El, Dios. Ana, su mamá, fue escuchada por Dios. Ella nombra a su hijo Samuel y este tenía oídos, “paraba la oreja”, para escuchar a Dios). Cuando Samuel le dijo a Dios: Habla, que tu siervo escucha, Dios le dijo: Escucha bien. Voy a hacer en Israel algo que, a quien lo oiga, le zumbarán los oídos. 1 Samuel 3.11.
Dios nos quiere hablar, él desea que nuestros oídos sean receptivos hasta el punto de que su mensaje nos produzca sensaciones físicas como el zumbido, el asombro. Dios envió a su Hijo Jesucristo quien es la Palabra, el Verbo, el Logos de Dios. Lo que Dios nos quiere decir lo ha hecho definitivamente a través de Jesucristo. El es la Palabra de Dios, y todo lo que él dice es verdad total. «Éste es mi Hijo amado. ¡Escúchenlo!» (Lucas 9.35).
Debemos esforzarnos para que todo mundo pueda tener la capacidad de escuchar el mensaje del evangelio traído por Jesucristo, porque “la fe proviene del oír, y el oír proviene de la palabra de Dios” (Romanos 10.17).
Destapamos oídos cuando practicamos el Sermón del Monte. Abrimos los conductos auriculares y sanamos los nervios auditivos del mundo cuando vivimos como verdaderos seguidores del Príncipe de paz. Por el contrario, tapamos oídos, impedimos que el evangelio se escuche claramente cuando nuestros hechos son tan torcidos que hablan más fuertes que nuestras palabras. Cuando en vez de amar odiamos, en vez de ser agentes de la paz somos promotores de la violencia, cuando en vez de poner la otra mejilla sacamos la espada y cortamos orejas, impedimos que la gente escuche la voz del Maestro.
Cuando veía con asombro a Donald Trump llevar su mano a su oreja derecha y luego agacharse detrás del atril y ser protegido inmediatamente por el Servicio Secreto, me imaginaba un final alternativo a esta triste historia. Me imaginaba a Donald Trump pasar por una experiencia transformadora de vida. Cualquier ser humano que se da cuenta que estuvo a un par de centímetros de que su cráneo explotara, sin duda que ha de reflexionar profundamente en el propósito y sentido de su vida. Momentos como esos, de vida o muerte, son determinantes.
Espero que el calor de la bala asesina le haya transformado a él y nos haya impactado a todos los que vimos la escena. Que ese calor derrita la cera que nos impide escuchar el mensaje de Jesucristo. Que podamos reaccionar dejando de lado la violencia verbal y física, y abramos camino al reino de Dios entre nosotros.
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que donde haya odio, yo ponga el amor.
Que donde haya ofensa, yo ponga el perdón.
Que donde haya discordia, yo ponga la unión.
Que donde haya error, yo ponga la verdad.
Que donde haya duda, yo ponga la Fe.
Que donde haya desesperación, yo ponga la esperanza.
Que donde haya tinieblas, yo ponga la luz.
Que donde haya tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado,
como consolar,
ser comprendido, como comprender,
ser amado, como amar.
Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo
como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna. Amén.