Hoy prediqué en una nueva graduación del Instituto de Familias Fuertes del ministerio que tiene nuestra iglesia para las mujeres del barrio llamado My Safe Harbor. Estas mujeres toman un curso que dura un año en donde se les enseñan herramientas para enfrentar la vida. A mi me toca enseñarles una clase donde les hablo de espiritualidad y siempre me invitan a predicar el sermón de su graduación.
Aquí les transcribo el sermón del 23 de agosto del 2014:
Marina Silva es una brasileña y tiene 56 años. Sus padres eran recolectores de caucho y tuvieron 11 hijos. Su mamá murió cuando Marina tenía 15 años y ella cuidaba de sus hermanos chicos. A los 14 aprendió a interpretar las agujas del reloj y a los 16 aprendió a leer y a escribir.
Al mudarse a la ciudad trabajó de empleada doméstica y juntó dinero para poder llegar a la universidad. Tiene títulos de Licenciada en Historia y posgrados en Teoría Psicoanalítica y Psicopedagogía.
Ha sido militante de varios partidos políticos de izquierda y ha sido concejal, senadora y ministra del Medio Ambiente.
Tiene dos hijos de un primer matrimonio y dos hijos con su actual esposo. Cuando tenía 37 años se enfermó gravemente por envenenamiento de mercurio que los mineros artesanales arrojan a los ríos del Amazona. Estuvo un año y medio postrada. Se acercó a Dios, buscó una iglesia cristiana evangélica en donde encontró la sanidad.
Hoy Marina Silva es candidata a la presidencia del Brasil. Según dicen las encuestas, ella le ganaría a la actual presidenta Dilma Rouseff en segunda vuelta con 47% contra 43%.
Aquí hay una mujer que temía muchas razones para no salir adelante en la vida. Ella podría haber dicho “soy huérfana, soy pobre, soy del campo, soy analfabeta, mi matrimonio fracasó, estoy contaminada y tengo mala salud”.
Sin embargo, Marina Silva, al quedar huérfana decidió seré una madre para sus hermanos. Cuando no sabía la diferencia entre los punteros del reloj se dedicó a aprender a leer y a escribir. Cuando se sintió limitada fue en busca de un futuro a la ciudad. Cuando necesitó dinero trabajó en lo que viniera. Cuando su matrimonio fracasó, buscó una segunda oportunidad.
Pero lo más importante en la vida de Marina fue que un día se dio cuenta que estaba enferma de gravedad por contaminación de mercurio. Ella, como medio ambientalista, había luchado toda una vida en contra de los que contaminan el aire, la tierra y el agua. Y ahora, su propio enemigo, la contaminación, la estaba matando desde adentro y no le quedaba esperanza de mejoría. ¿A dónde acudir en un momento de crisis? ¿Podría la política salvarla? ¿Podría su educación salvarla? ¿Podría su familia y amigos salvarla? No.
Marina Silva llegó a entender que sólo Cristo podía salvarla. Dios la sanó y ahora, a sus 56 años, es una mujer cristiana que también se desempeña en la política.
¿Será ella la próxima presidente del quinto país más grande del mundo?
El pueblo brasileño lo decidirá el 5 de octubre.
Marcos 5.24-34
A Jesús lo seguía una gran multitud, la cual lo apretujaba. Había entre la gente una mujer que hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho a manos de varios médicos, y se había gastado todo lo que tenía sin que le hubiera servido de nada, pues en vez de mejorar, iba de mal en peor. Cuando oyó hablar de Jesús, se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto. Pensaba: «Si logro tocar siquiera su ropa, quedaré sana.» Al instante cesó su hemorragia, y se dio cuenta de que su cuerpo había quedado libre de esa aflicción.
Al momento también Jesús se dio cuenta de que de él había salido poder, así que se volvió hacia la gente y preguntó:
—¿Quién me ha tocado la ropa?
—Ves que te apretuja la gente —le contestaron sus discípulos—, y aun así preguntas: “¿Quién me ha tocado?”
Pero Jesús seguía mirando a su alrededor para ver quién lo había hecho. La mujer, sabiendo lo que le había sucedido, se acercó temblando de miedo y, arrojándose a sus pies, le confesó toda la verdad.
—¡Hija, tu fe te ha sanado! —le dijo Jesús—. Vete en paz y queda sana de tu aflicción.
En este relato tenemos a una mujer como Marina Silva o como cualquiera de nosotros. Había sufrido de hemorragia durante 12 años. Las hemorragias producen anemia. Los síntomas de la anemia son palidez, cansancio, falta de aire, fatiga muscular, dolores de cabeza, vértigos, insomnio, desorientación, entre otros.
La enfermedad en esta mujer era crónica lo que aumentaba su temor, debilidad e irritación, además de haber quedado pobre por causa de los médicos.
Una mujer con hemorragia era impura según la ley de los judíos. Por lo tanto durante doce años había estado prohibido tocar a esta mujer y ella tampoco había tocado a nadie. ¿Se imaginan 12 años de aislamiento físico? ¿Doce años sin besos, sin abrazos, sin toques cariñosos?
Estaba desesperada y no le importó arriesgar su vida al meterse en un grupo grande de personas con el fin de “tocar a Jesús”. Ella decía: “si logro tocar siquiera su ropa, quedaré sana”. Tenía fe. Ella quería tocar los flecos del manto de Jesús. Esos flecos en los mantos de los judíos eran un recordatorio de la ley del Señor.
Lo hizo y quedó sanada al instante.
Jesús se dio cuenta porque sintió que un poder había salido de él. Se volteó y preguntó ¿quién me ha tocado?
Sabemos que Jesús es Dios. Dios todo lo sabe, él sabía quién lo había tocado. ¿Por qué lo preguntó entonces? Yo creo que fue por causa de la mujer. Ella necesitaba asumir responsabilidad por su fe. Debía reconocer en público lo que había hecho.
Hoy estamos en una ceremonia de graduación pública. Hay mucha gente que no le gusta estar en un escenario. El miedo más grande de una persona es hablar en público. El segundo más grande miedo de las personas es morir. El tercer miedo es morir mientras están hablando en público.
Esta mujer hizo tres cosas:
1- Se acercó a Jesús temblando de miedo. Yo te aconsejo que te acerques a Jesús aunque tengas miedo, dudas y vergüenzas.
2- Se arrojó a sus pies. Fíjese que todavía la mujer no ha dicho nada hasta el momento. Venció sus temores, caminó temblando de miedo y una vez que estuvo en frente del Maestro cayó de rodillas a sus pies. Eso es entrega, adoración, postración. Cuando uno viene a Jesús uno tiene que rendirse. Si el miedo es a perder la vida, que la pierda.
3- Confesó la verdad. Es decir, reconoció lo que había hecho. “Sí, yo fui quien te tocó”.
La confesión es algo muy importante en la vida de un cristiano. Uno debe confesar sus pecados para ser limpiado por la sangre de Cristo. También debemos confesar, o decir con su boca: Creo que Jesús es el Hijo del Dios Viviente y le entrego mi vida para que él sea el Señor desde ahora en adelante.
La mujer de este relato no tiene nombre. Al principio se dice que “entre la gente había una mujer”, nada más. Al final del relato la mujer sigue sin nombre, pero Jesús le llama de una manera dulce y cariñosa, le dice “Hija, tu fe te ha sanado”. Ya no es una mujer, ya no es una enferma crónica, ya no es una pobretona, ya no es una paria intocable, ya no es una histérica, ahora es una hija de Dios.
“Hija, tu fe te ha sanado. Vete en paz y queda sana de tu aflicción” le dijo Jesús.
Eso es lo que Dios tiene para cada uno/a de ustedes: una relación cariñosa de padre a hijo/a, una salvación eterna y una paz que sobrepasa todo entendimiento.
Ahora quiero que cierres tus ojos y eches a andar tu imaginación.
- Piensa en alguna aflicción de tu vida en este momento.
- Piensa ahora que te acercas con temor a Jesús en medio de la multitud.
- Imagínate que te agachas y tocas el borde del manto de Jesús.
- Piensa que tu aflicción desaparece.
- Ve el rostro de Jesús que se voltea hacia ti.
- Imagínate caminando hacia él con temor.
- Imagínate postrándote a sus pies.
- Ahora repite en silencio estas palabras: Creo que eres Jesús el Hijo del Dios Viviente, y te entrego mi vida para que seas mi Señor desde ahora en adelante.
- Escucha ahora las palabras de Jesús que te las dice con tanto amor: ¡Hija/o, tu fe te ha sanado!. Vete en paz y queda sana/o de tu aflicción.