
Lo conocí por las publicaciones del Colegio Bíblico que llegaban a Chile en 1978. Siempre aparecía su foto de gringo alto, rubio y calvo. Una vez que llegué como estudiante a Eagle Pass en 1979 comencé a admirarlo y a quererlo. El primer fin de semana en Texas me llevó, junto a otros dos estudiantes (Juan García y Lula Rocha) a una feria de entretenciones en Piedras Negras. Era mi primera visita a México, aunque sólo consistía en cruzar el puente del Río Grande. Dean Cary conducía un Volkswagen Rabbit motor Diesel. El asiento trasero siempre estaba lleno de libros, revistas y cartas. Ese viaje fue providencial para mi: conocí a Nona y quedé flechado.
El “hermano Dean” vivía en un trailer home en los terrenos del Colegio. Su casa ya la había dejado y pasaba por la tristeza de un divorcio. Me impresionó su oficina tapizada de libros. También me impresionaba su total dominio del inglés y español, su gran carcajada con la cual celebraba mis chistes, su sentido del humor, su compasión, su sentimentalismo. Era un hombre bueno, cariñoso, un corazón mexicano en un cuerpo gringo.
Tarde en las noches o temprano en la madrugada lo veía correr haciendo ejercicio. Nos decía que lo hacía para poder mantener controladas sus tentaciones sexuales.
Piloteaba su propio avión. En una ocasión él tenía que viajar a Indianápolis a representar al Colegio Bíblico en una mega iglesia. Me invitó a ir con él junto a Francisco Villalobos, mi compañero de cuarto, con el cual cantábamos a dúo. El día indicado estábamos ya listos espérandolo cuando llegó con la triste noticia que no podría llevarnos porque el clima no le permitiría volar la avioneta hasta Indianápolis. Me imagino que se puso muy triste por la cara de decepción que vio en mi y en Francisco. Se quedó en silencio un rato y dijo: “Bueno, muchachos, voy llevarlos de todas maneras en la avioneta hasta Dallas y allí nos iremos en avión comercial a Indianápolis”. ¡Qué alegría tan grande sentimos y qué admiración de un hombre que estaba dispuesto a pagar extra por no decepcionar a dos adolescentes!
Todavía recuerdo la impresión de haber aterrizado en una de las gigantescas pistas de este gran aeropuerto cuyo tamaño es similar a la isla de Manhattan.
En Indianápolis visitamos la iglesia Chapel Rock en donde hice amistades que perduran todavía hoy, 30 años después.
En el verano de 1980 Dean y yo fuimos a Chile. Se quedó en mi casa. Para entonces ya estaba divorciado y enamoradísimo de Karen y se sentaba en la mesa del comedor a escribirle. En una de esas noches del frío invierno santiaguino, tembló fuerte, y él, de dos o tres zancadas llegó al patio de la casa asustadísimo, mientras mi mamá le gritaba que no se parara en medio del patio porque allí había un pozo séptico, y él pegó un par de saltos para ubicarse en otro lugar.
Durante ese viaje de reclutamiento fue capaz de conseguir visa de estudiantes para Walter, Willy, Eunice, Evy y Eugenia. Gracias a su incasable trabajo por el Colegio y sus contactos políticos, Dean Cary pudo matricular, en aquella época, cerca de 20 estudiantes chilenos.
La avioneta tuvo un trágico final con un viaje a Estancia de Ánimas, Zacatecas, en donde invitó a mis futuros suegros a acompañarlo. Mis suegros, Jesús y Luz Castillo, conocían a Dean desde su juventud cuando se aventuraba en viajes misioneros a Zacatecas. Esta era la primera vez que mis suegros se subían a un avión. Dean llamó a los hermanos del pueblo para que le prepararan una cancha donde se hacían carreras de caballos para aterrizar. Llegaron sin problemas, pero al momento de aterrizar habían tantos curiosos en la pista improvisada que Dean se vio en la necesidad de desviar un poco el avión hacia la izquierda con tan mala suerte que el ala chocó con un nopal y se quebró chorreando gasolina. Dean le gritaba a mi suegro que saliera rápido, pero mi suegro, caballero él, decía “las damas primero”, pero la dama de mi suegra estaba en el asiento de atrás. En fin, mis suegros se asustaron un poco ya que no sabían muy bien cómo eran estos aterrizajes. Volvieron en bus a EEUU.
Con el dinero del seguro se compró otra avioneta. A veces le pedía a un par de estudiantes que fueran al aeródromo a lavar la avioneta, y como pago les daba una vuelta en el aire sobrevolando el Colegio.
Y aquí les va una historia que refleja de cuerpo entero a este hombre. Mi papá estaba de visita en Washington D.C. en casa de mi hermano Raúl. Yo, desde Texas, hablaba por teléfono con él con frecuencia, pero tenía muchas ganas de verlo. Dean Cary se dio cuenta de eso y me dijo que él le regalaría un pasaje en avión a mi papá para que se encontraran en Tulsa, donde él estaría visitando iglesias, y que desde ahí lo traería en avioneta a Eagle Pass. ¡Que tremendo regalo de amor! Cual fue mi sorpresa que el día antes de partir él me dijo: “Fernando, te vas conmigo. No le digas nada a tu papá. Le daremos la sorpresa en Tulsa”. Partimos tres en la avioneta: Dean, John Rex y yo. En el aeropuerto mi padre estaba esperando al hermano Dean, cuando en eso me aparezco yo. Fue un encuentro muy emocionante. Lo que más me impresionó fue que al voltear a mirar al hermano Dean lloraba más él que yo.
Debido a su divorcio y recasamiento, el hermano Dean renunció a la presidencia del Colegio Bíblico. Se quedó a vivir en el pueblo y comenzó a trabajar de periodista en una radio y en televisión. Él era un hombre muy abierto a las cosas espirituales, de hecho en la visita a Chile fuimos a la Iglesia de la Comunidad Cristiana que acostumbraba a celebrar el culto con cánticos, saltos y danzas. En medio del culto lo miro a él que estaba sentado en otro lugar y para mi asombro el honorable presidente del Colegio Bíblico de las conservadoras Iglesias de Cristo estaba danzando con una alegría genuina.
Dean y Karen comenzaron una célula de hogar con gente más o menos acomodada en Eagle Pass. Dean pasaba una vez a la semana a buscarme al Colegio Bíblico para que fuera a su grupo y tocara la guitarra. Muchas veces me sentí demasiado honrado por él cuando me invitaba a cenar a su casa.
A principios de 1983 Nona y yo ya estábamos planeando nuestra boda. Nona me preguntó acerca de dónde íbamos a vivir y cómo la iba a mantener. Yo le contesté que viviríamos en Chile y, la típica respuesta de un enamorado del Señor, “Dios proveerá”. Nona y yo nos pusimos de acuerdo para orar en cuanto a la provisión económica para vivir como misioneros en Chile.
Un día me encontré con el hermano Dean que andaba visitando el Colegio. Con mucha alegría me abrazó y me dijo: “Supe que te casarás con Nona. Estoy muy contento por eso”. Luego me preguntó dónde viviríamos y cómo nos sostendríamos. Le conté que iríamos a Chile y que estábamos orando por un sueldo. De inmediato me dijo: “Llamaré a los hermanos de Chapel Rock. Ellos me apoyaban económicamente cuando era misionero y les voy a pedir que ese dinero lo destinen a ustedes”. Y así sucedió, la Iglesia Chapel Rock de Indianápolis nos sostuvo como misioneros durante 26 años. Nona y yo creemos en la interseción de los santos.
De allí en adelante nos mantuvimos en contacto por cartas y lo veíamos en algunas de nuestras visitas a Texas.
Las dos últimas veces que lo vi sentí tristeza por el deterioro de su salud. En 1997 viajamos de Virginia en avión a San Antonio para ir a visitar nuestra familia en Eagle Pass. Tuvimos algunos inconvenientes con las conecciones de avión, mi esposa y los niños se fueron en un vuelo, y yo tuve que llegar un día más tarde. Llamé al hermano Dean para que me hiciera el favor de recogerme en el aeropuerto y me llevara a la terminal de buses para irme a Eagle Pass. Como había tiempo libre antes de tomar el bus me llevó a su casa. Una vez allí saqué un ejemplar de mi libro “La Reforma Presente”, se lo dediqué y se lo di. Él, muy emocionado, me lo agradeció y se sentó a leerlo. Pasaron los minutos y él continuaba leyendo. Su esposa conversaba conmigo y él seguía leyendo. Noté que Karen le hacía ciertas preguntas domésticas y a él le costaba hilar el pensamiento. No hizo ninguna pregunta ni comentario del libro, lo cual me pareció curioso. Rumbo a la terminal de buses manejó muy callado.
Meses más tarde me dieron la noticia de que Dean Cary, antes de los 60 años, sufría Alzheimer.
Nona y yo asistíamos a la Convención Nacional Cristiana de las Iglesias Cristianas en inglés en Indianápolis en julio del 2003, cuando saliendo de la última sesión vimos a Karen y Dean. Nos acercamos a ellos. Él nos miró y sonrió con alegría, sin embargo ya no conocía a la gente. Cuando Nona se presentó reaccionó con mucha lucidez, la abrazó y le preguntó “¿Cómo está Lucita?”, así llamaba él a mi suegra. Nona le dijo que muy bien. Él le replicó “cuando la veas me la saludas”. Cinco pasos más adelante volvió a preguntar por Lucita y volvió a enviarle saludos. Y así, en unos pocos metros repitió las mismas frases unas cinco veces. Todo el tiempo me sonrió, y aunque le dije quién era yo, no pareció reconocerme.
Hoy es domingo 8 de agosto de 2010. Hace un ratito Nona recibió un mensaje de una amiga de San Antonio que le comunicó que el hermano Dean había fallecido el viernes 6. Él siempre se recordaba que tanto yo como él habíamos nacido en marzo, él en 1940 y yo en 1960. Podría haber sido mi padre, pero me trató como un querido hermano chico.
Cuando pienso en mi esposa querida, cuando reflexiono en mi ministerio, cuando pienso en mi vocación de pastor, siempre surge en mi mente el nombre de Dean Beryl Cary. Él es una de esas personas que Dios destina para bendición de miles, entre ellos Nona y yo. “Más allá yo le veré, junto al río cristalino”.